martes, septiembre 27, 2005

SLIPKNOT en Chile

SANTIAGO. Septiembre, 28
Camino a la cancha del Velódromo del Estadio Nacional, el público corre, pero con la tranquila seguridad de que a diferencia del recital de los Ramones en 1989, esta vez sí va a encontrar un buen puesto para el recital de Slipknot, a estas alturas un total evento musical para cerca de las 8 mil almas de tweenies, tennagers y adolescentes eternos que se agolpan en las filas desde temprano.
Todo bajo un control policial tan estricto que recuerda al de un clásico futbolero y las pisadas de los caballos junto a las hileras de negro dan una forzada idea del alto riesgo que supone el recital. El ambiente es el de un concurso de poleras, chapitas, parches y gorros corporativos de la banda de Iowa; las extensiones de orejas y piercings no pasarían un detector de metales.

Esta noche, conviven amablemente el nerd más vilipendiado del curso y el matón del colegio que saltan abrazados invocando el nombre del estrambótico noneto. Una vez que se apaga la luz y empieza a rodar el material del album "Vol 3: The Subliminal Verses" que da nombre a la gira, la efervescencia cunde y los gritos, reverencias y dedos medios en alto saludan a la agrupación liderada por el gutural Corey Taylor, alias número 8. El resto del elenco estable se suma al escenario como para jugar un partido de fútbol en la fría noche. Las distintas máscaras que llenan la tarima parecen sacadas de una pesadilla de Leather Face, protagonista de La Gran Masacre de Texas. La de clavos de 9´´ es Craig Jones, o número 5 de profesión tecladista. Dos guitarras a cargo de #4 y #7, #6 en la batería y el percusionista de nariz de pepino es #3, el número 0 es el inquieto esqueleto que trepa sobre las torres y corre de un sitio a otro como una gallina descabezada.

-"Hola locos, están listos?", después de la obertura de Prelude 3.0 y The Blister Exist, Taylor lanza un saludo en el mismo quejoso español de Nat King Cole y barre el suelo con su multicolor cabellera al ritmo de clásicos y nuevas joyas en la corona metal como: Duality, Pulse of the maggots, Before I Forget, Left behind, Wait And Bleed, Sick y 555, 666.



En la cancha el concurso de máscaras de cuero y de cuánto se puede aguantar a guata pelada no da abasto entre el lolerío enfervorizado que se da tiempo para jugar con la banda a los saltos, las maldiciones y enseñar uno que otro garabato en inglés a su séquito. Con harta interacción y una calidez que no desentona con su estilo virulento, Slipknot se gana la pleitesía de la audiencia que aúlla y corea gran parte de las canciones del grupo.

Como en el paroxismo de una batucada infernal, tres (3!) percusionistas apalean las cajas con bats de béisbol y saltan encima como poseídos en una tarima circense. Trepan por los andamios del recinto y disparan las botellas de agua a sus fieles paganos; también realizan acrobacias como intercambiar las baquetas en el aire desde un extremo al otro del escenario sin perder el metálico ritmo.

Finalmente, Taylor se disculpa con sus fans por la demora en llegar a los escenarios chilenos y los compensa con una gutural versión de People=Shit, declaración de principios que es el comienzo del final. Nada molesta al público que se inclina ante el número 8. Es un juego de quién salta más alto. Una hora y media de show después, la noche se alarga hasta las 22.30 con un forzado bis que deja a los asistentes plenamente satisfechos, como saliendo de un trance sonoro. Se encienden las luces. Una vez en casa los papás no les preguntarán a sus teenagers: "¿Qué tal estuvo el recital?" pese a ser un hito histórico para ellos, quienes camino al paradero besan y frotan el ticket de entrada, mutilado y temblando entre los dedos.

Carlos Salazar
Fotos: Roberto Castro
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